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Después de los 65, nuestro metabolismo se ralentiza aproximadamente un 2-3% por década, y nuestra capacidad de absorción de ciertos nutrientes disminuye. Por eso es fundamental aumentar la densidad nutricional de nuestras comidas, priorizando alimentos ricos en calcio, vitamina D, vitamina B12 y proteínas de alta calidad. También necesitamos más fibra para mantener una digestión saludable y antioxidantes para proteger nuestras células.

Los alimentos que más energía sostenida proporcionan son aquellos ricos en carbohidratos complejos como quinoa, avena y legumbres, combinados con proteínas magras como pescado, pollo y tofu. Los frutos secos, especialmente nueces y almendras, aportan grasas saludables que mantienen la función cerebral. Las frutas del bosque son excelentes por sus antioxidantes, mientras que verduras de hojas verdes como espinacas y kale proporcionan hierro y folato esenciales.

El secreto está en la variedad y la creatividad. Experimentar con hierbas y especias no solo añade sabor sin sodio adicional, sino que también aporta beneficios antiinflamatorios. Cocinar en compañía, probar nuevas recetas adaptadas a tus necesidades y mantener horarios regulares de comida ayuda a conservar el ritual social y emocional de comer. También es importante permitirse pequeños placeres ocasionales dentro de un patrón general saludable.

Cada persona es única, por lo que nuestros planes se adaptan a condiciones como hipertensión, diabetes, problemas digestivos o limitaciones de movilidad. Por ejemplo, para la hipertensión recomendamos el patrón DASH con abundantes frutas, verduras y granos integrales. Para personas con dificultades de masticación, adaptamos texturas sin sacrificar nutrientes. Nuestro equipo médico evalúa cada caso individualmente para crear un plan seguro y efectivo.